viernes, 31 de mayo de 2013

Laplace y algunos errores.


Qué maravilla. Imaginen cuántos fieles laplacianos habrán intentado ese aciago día mejorar su marca personal para comenzar unos segundos después a dudar de sus capacidades, sufir un pasajero nistagmo horizontal, imaginar alguna dolencia, desesperarse y, finalmente, tragarse el orgullo para pedir ayuda a un familiar o a algún parroquiano en la barra de un bar.

Recuerdo “Los ocho errores” de Laplace desde siempre. Era una de las pocas cosas que disfrutaba en La Voz de Galicia. Más o menos lo mismo que me pasaba con la mítica sección Mundo Singular de la revista ¡Hola! También intentaba comprender las viñetas de los humoristas pero normalmente no los entendía o, si lo hacía, no les veía la gracia. Además ni se me ocurría intentar resolver los jeroglíficos o los crucigramas de las páginas de pasatiempos, como mucho alguna sopa de letras, pero siempre podía intentar encontrar los ocho errores. 

Sus viñetas siempre eran mudas, aunque algunas incluían un cartel o un indicador relacionado con la escena que describían. Y acababas encontrando personajes recurrentes: el preso, el náufrago, el oficinista, la madre y/o esposa…  que a menudo causaban o sufrían situaciones absurdas en sus rutinas cotidianas.

En las obras de Enid Blyton, Walt Disney, Quino, Ibáñez, Uderzo y quizá algún autor más que ahora no recuerdo, sus firmas eran también sus logotipos y reconocer alguna en una portada o un lomo equivalía a empezar a disfrutar de la obra gracias al recuerdo de las anteriores. Pero con Laplace había varias diferencias: su firma era igualmente reconocible pero parecía no existir más allá de las viñetas que aparecían a diario en el periódico. Nadie sabía si era un hombre o una mujer; un solo dibujante o un equipo entero; un nombre, un apellido o un seudónimo. Ni siquiera sabíamos cómo se pronunciaba aquella firma: ¿lapláce? ¿laplás? ¿lapléis? ¿Y qué significaba el número que aparecía en cada viñeta?

Nadie supo nunca resolverme todas esas dudas y muchas de las personas con las que las compartí también se habían hecho las mismas preguntas. Ni siquiera cuando la Red se popularizó conseguí encontrar respuestas y, aún hoy, la información sobre Laplace es muy escasa. Creo que la mejor fuente de información es ésta. Incluye una foto y un cuestionario colectivo que resume muy bien las preguntas que tantos nos hemos hecho durante mucho tiempo.

Un resumen: No es una factoría de pasatiempos ni un equipo de guionistas surtiendo a un dibujante. Es un artesano que se gana la vida dibujando los ocho errores desde hace décadas. Ha publicado más de 10.000 viñetas en varios países y, de no haber sido dibujante, le hubiese gustado ser guardabosques. Aunque están en inglés, les recomiendo que intenten leer todas las preguntas si admiran a Laplace. Y no se pierdan la página que enlazo al final. En ella dicen que, además de publicar en La Voz de Galicia, también lo hace en El Diario Montañés, El Heraldo de Aragón y La Vanguardia.

Otra buena fuente de información es la hemeroteca virtual de La Vanguardia. Además de sus viñetas podemos encontrar también un par de entradas muy interesantes:

El gran Joan Brossa le dedicó una sextina el 19 de noviembre de 1995. Pueden leerla aquí (en catalán).

Y una última sorpresa laplaciana, esta no tan divertida:


Y, después de tantos errores, dudas y malentendidos, un gran acierto: 


lunes, 27 de mayo de 2013

Drogas a la hora de la merienda (11).



Los responsables de los anuncios de Lacasitos consiguieron incrustarlos en los recuerdos de muchos gracias a su sintonía pegadiza y a la frase que hoy nos ocupa.

Sirva como ejemplo la gran repercusión que tuvieron algunos minutos de un programa de televisión que consiguieron contrastar la imagen ingenua, inocente e infantil de los anuncios y su slogan con... bueno, con todo lo contrario.

A muchos les faltó tiempo para dar rienda suelta a su creatividad y otro programa se encargó, de forma aún más patética si cabe, de hacer crecer la bola de nieve.

Pero lo que en realidad quería compartir es esto: en 1988, el grupo Distorsión incluyó en su LP "¡Ke Buen Dios!" un tema que no sólo recuperaba el estribillo del anuncio. Además convertía los dulces en el hilo conductor de la canción y, en mi opinión, lo hicieron de forma brillante:


Resumiendo: